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Milei asiste al funeral del Papa tras insultarlo y con una comitiva excesiva


El presidente argentino viajó al Vaticano para despedir al Papa Francisco, a quien previamente había insultado con violencia verbal. Su presencia, lejos de ser un gesto de reconciliación, revela un cálculo político y un despliegue protocolar que contrasta con el espíritu austero del pontífice.


La muerte del Papa Francisco generó conmoción mundial, especialmente en su país natal, Argentina. Pero la figura que más controversia despertó en su despedida fue la del presidente Javier Milei, quien viajó a Roma con una nutrida comitiva para participar de los funerales del Sumo Pontífice. El gesto, que podría haberse interpretado como un acto de respeto, fue rápidamente leído por la opinión pública como una muestra de oportunismo político y demagogia.

El contraste es tan evidente como incómodo: Milei fue durante años uno de los críticos más despiadados de Francisco. Lo llamó “personaje nefasto”, “zurdo asqueroso”, “representante del maligno en la Tierra” y lo acusó de promover el comunismo. No se trató de un exabrupto aislado, sino de una campaña sistemática de desprestigio hacia el Papa argentino, por el solo hecho de que su mensaje social contrasta con la ideología ultraliberal del mandatario.

Y sin embargo, ahí estuvo Milei: rostro adusto, traje protocolar, rodeado de funcionarios y asesores, viajando a Roma con una comitiva que bordea lo obsceno en tiempos de ajuste y recortes internos. Se habla de más de 15 personas, entre ellas funcionarios de alto rango, asesores y hasta figuras mediáticas cercanas al círculo presidencial. Todo a cargo del erario público, en nombre del “respeto institucional”.

Lejos de una actitud de humildad o autocrítica, el presidente no emitió disculpas ni gestos públicos de reparación hacia el Papa, ni hacia los millones de argentinos que se sintieron ofendidos por sus palabras. Su silencio se percibe menos como introspección y más como cálculo. Su presencia, como un intento de apropiarse simbólicamente de una figura que él mismo denostó, quizás consciente del profundo arraigo que Francisco tiene entre muchos argentinos, especialmente los más humildes.

El Papa, en cambio, respondió con la altura que lo caracterizaba: sin rencores, con una actitud abierta incluso hacia quien lo insultó públicamente. Una última lección de misericordia que expone, por contraste, la mezquindad del gesto político.

En definitiva, el viaje de Milei a Roma no pasará a la historia como un acto de reconciliación, sino como una postal de contradicciones: un presidente que ajusta al pueblo, pero viaja con comitiva de lujo; que niega al Papa en vida, pero busca la foto en su funeral; que predica la libertad, pero desprecia la compasión.

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