Según el último informe del Instituto de Promoción de la Carne Vacuna Argentina (IPCVA), los precios de los distintos cortes de carne vacuna registraron una variación promedio del 2,8 % en octubre de 2025 respecto al mes anterior. En particular, los cortes que más aumentaron fueron el asado (+8,2 %), la picada especial (+6,1 %) y el matambre (+5,5 %).
Por categoría de hacienda, el precio de la carne de novillito se incrementó 2,7 %, la de novillo 4,5 % y la de vaquillona/ternera 2,6 % frente a septiembre.
El mismo informe indica que en lo que va del año los precios acumulados habían subido aproximadamente un 37,5 % en los primeros diez meses, y un 61,3 % interanual.
La carne vacuna es un componente central en la canasta alimentaria argentina: es muy consumida, representa un gasto cotidiano para muchas familias y funciona además como indicador de tensión en los precios de alimentos. Que los cortes de carne suban con este ritmo —y que ya estén acumuladas alzas de tres dígitos en años recientes— evidencia que la presión inflacionaria sigue muy activa, incluso en rubros tradicionales.
Cuando los aumentos se concentran en cortes populares como el asado, se agrava el impacto para los hogares de ingresos medios y bajos. En un contexto donde los salarios y los ingresos están ajustados o incluso estancados, cada aumento de precios erosiona poder de compra y alimenta la percepción de que “no alcanza”.
Este episodio debe leerse en el marco de la economía que lidera el gobierno de Javier Milei. A pesar de las promesas de reformas estructurales, liberalización y orden macroeconómico, los hechos muestran que para el consumidor la realidad se siente muy precaria:
- La inflación continúa siendo elevada en alimentos básicos, lo cual apunta a que el traspaso de política a resultados aún no aparece de forma clara.
- Que los precios suban pese a que el gobierno tenga mayoría de narrativas de ajuste, indica una falta de ancla inflacionaria creíble o de mecanismos eficaces de contención.
- En este contexto, el choque entre la agenda reformista y la urgencia de aliviar la situación cotidiana de la población crea un espacio de riesgo político.
En concreto, si los ciudadanos ven que “lo reformista” no se traduce en mejoras en su poder adquisitivo —y que, al contrario, siguen enfrentando aumentos como estos—, la credibilidad del plan de gobierno puede comenzar a debilitarse.










