La política argentina parece moverse, una vez más, entre la contradicción y el pragmatismo. Este domingo, el presidente Javier Milei confirmó la designación de Diego Santilli como nuevo ministro del Interior, apenas una semana después de que el dirigente fuera electo diputado nacional. La decisión sorprendió dentro y fuera del oficialismo, no solo por el movimiento interno, sino por lo que representa: una práctica que el propio Gobierno había prometido desterrar.
Durante la campaña, tanto Milei como referentes de La Libertad Avanza denunciaron las candidaturas testimoniales como una forma de “engaño al electorado” y un “fraude moral”. Pero la llegada de Santilli al gabinete, sumada a la de Manuel Adorni, quien también había sido electo diputado y no asumirá, reaviva la discusión sobre la coherencia entre el discurso y la acción.
Desde la Casa Rosada justificaron la designación asegurando que Santilli aportará “experiencia política y capacidad de gestión” a un gabinete que, tras la renuncia de Guillermo Francos, quedó en plena reconfiguración. Sin embargo, para buena parte del arco político y social, el gesto suena contradictorio. No solo porque contradice lo que Milei decía cuando era candidato —que juraba “barrer con los privilegios de la casta”— sino porque refleja que el poder, incluso en los gobiernos que se autodefinen como distintos, termina recurriendo a los mismos mecanismos que antes criticaba.
Santilli, por su parte, intentó bajar el tono del debate. “Asumo este desafío con responsabilidad. El presidente me pidió que trabaje por la articulación con las provincias y por el desarrollo federal del país”, dijo tras reunirse con Milei. Pero su asunción deja otra lectura: el Gobierno privilegia la política que dice despreciar. Porque si bien Santilli no asumirá su banca, su lugar en Diputados será ocupado por otro dirigente de su lista, y el electorado que lo votó con la expectativa de verlo legislar, verá cómo su voto termina depositado en otro nombre.
La decisión marca además un punto de inflexión dentro de la narrativa libertaria. Milei, que llegó al poder con un discurso de ruptura total con la “vieja política”, comienza a apoyarse cada vez más en figuras del PRO y en dirigentes que representan justamente ese sistema al que prometía combatir. La designación de Santilli refuerza esa tendencia: un movimiento pragmático, quizás necesario en términos de gobernabilidad, pero costoso en coherencia.
En política, las decisiones suelen tener una cara visible y otra que se intenta disimular. Y en este caso, la visible es el fortalecimiento de un gabinete golpeado; la otra, la que muchos votantes perciben con decepción, es la sensación de que el cambio prometido se diluye en los mismos gestos que el Gobierno decía venir a corregir.










